“Por andar de Uber: El Azúcar Me Subió, y No Fue Por el Café del OXXO”

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Crónica de un chofer engañado, endulzado y estrellado

Déjame les cuento todo, toditito, para que luego no digan que me lo saqué del calcetín.

Todo empezó un mes de esos donde el mercado del cripto se quedó tan plano como tortilla de comal. Yo, con mi fe inquebrantable de visionario tercermundista, decidí que mientras que el bitcoin despertaba, podía ganarme unos pesos manejando de Uber. Tenía mi carro nuevecito un Honda Civic 2018, pagado de contado como macho alfa: sin intereses, sin letras chiquitas, y con orgullo maldito.

Y claro, vi los comerciales de Uber en México:
Una madre soltera, dos escuincles, el marido se fue por cigarros y nunca volvió. Ella sin un peso pa’ la renta ni la gasolina.
Y ¡tómala! Llega Uber como el Mesías con aplicacion pal cellular.
¡Y zaz! De pronto ya vive en una casa fifí de diez mil pesos al mes, con cochecito nuevo (menos fregón que el mío, claro), y para todo carro se ocupa pagar seguro carísimo (casi al doble que un carro particular) porque es para “uso profesional”, y sus niños cachetones de tan bien alimentados.

Dije: “¿Pues qué tanto es tantito? Vamos viendo cómo está el agua pa’ los camotes.”
Me lancé al tránsito a sacar mi licencia de chofer profesional. Luego al SAT o como se llame el changarro ese de los impuestos. Me registré como contratista independiente. Porque uno es legal, ¿no?

Y ahí va el inocente de mí, planeando llevar una hielerita con sándwiches y agüitas, como Dios manda. Pero ¡zaz! Durante la orientación me dicen que todo el coche es pa’ el cliente. Que ni el asiento del copiloto, ni el piso, ni el maletero, ni el alma son míos. Sólo el asiento donde va mi culo es mío. ¡Hasta ahí llegó mi hielera!


Los Frijoles Estaban Bien… El Que Apesta Es Uber

Plan B: decidi llevarme un paquete de pan bimbo multigrano (porque me quiero quidar), lo rellené con sandwiches de frijoles. Me encantan.
No se echan a perder como el jamón ni la crema.
Pero en la primera semana no llevé nada. Quería estar seguro de que ningún chango con corbata me dijera que la consola central era para sus crocs o su perro miniatura.

Y bueno, en esa semana descubrí algo:
Odio al 85% de los pasajeros del mentado Uber.
Con odio púrpura, apestoso y ardiente. Aprendí tambien que si suben quejándose de algo, ya sabes: adiós a tus cinco estrellitas, hola a tu reseña pasivo-agresiva.

Pasó la semana y arranqué con mis sándwiches de frijol (y unas bottellas de agua). Iba de Zacoalco a Guadalajara con el app abierto, listo pa’ atrapar viajes como si fueran pokémones. Me comí un par de sándwiches, todo bien… hasta que se suben dos niñas fresas, y una suelta:
—”Ay, huele como a frijol podrido… ¿te andas pedorreando o qué?”

Yo ya sabía lo que venía: una estrella solitaria y un comentario venenoso.
Entonces saqué mi bolsita de bimbo de la consola central y les grité:
¡NO PUEDO USAR LA CAJUELA POR SI LLEVAN MALETAS!
¡NO PUEDO USAR EL PISO POR SI
SE SUBE UNA BOLA DE CABRONES TODOS ENSIMADOS!
¡NI SIQUIERA SÉ A DÓNDE VAMOS HASTA QUE YA EMPIEZA EL VIAJE!
¿Y ME PIDES QUE ME GASTE LO POQUITO QUE GANO EN COMIDA DE
LA CALLE, Y ARRIESGAR UN CHORRO?

Y pum: cancelé el viaje, y aventé la bolsa de sandwiches por la ventana.
Y las princesas se bajaron como cucarachas cuando prendes la luz.

Premios Falsos y Apoyos Fantasma

Los primeros días más o menos jalaba Y daba una comida y una que otra fruta durante el día. Y si no ganaba lo suficiente para regresarme a Zacoalco le seguía por la noche en ayuno total. Pero había promos que me motivaron a seguirle:
Haz diez viajes seguidos sin ir al baño, y te damos $500.
Haz 70 viajes en 12 horas, sin comer ni mear, y te damos $1,000.

Pero a las dos semanas: ¡se secó la fuente de premios!
Le hablé a Soporte, y me salieron con que “esos premios sólo aplican en el primer mes, pero si le sigues echando ganas, regresan”.

¡Ajá! Me tragué el anzuelo.

Seguí cuatro meses más y nunca volvió ni un solo premio.
Cada vez que llamaba, me daban excusas nuevas:
—“Es que es temporada de lluvias, suben las tarifas, ya ganas mucho.”
¿Mucho? ¡Lo justo para ponerle gas al carro y comer chicles!

Después de la lluvia, otra excusa:
—“Hubo una actualización y los retos están desactivados, pero ya mero regresan.”
Ajá… Y yo soy hijo de Santa Claus.

Y de Pilón… ¡Diabético, Gracias a Uber!

Un día, ayudando a un tipo con su maleta mugrosa, me hice una cortadita en el dedo.
En cuestión de horas se me puso morado y me latía como reggaetón de Maluma.
Fui al doctor pensando que era infección por maleta del inutil aquel.
¿Y qué me dice el doctor?
—”¡Tienes diabetes!”
¡¿QUÉ?!

Nunca había salido ni prediabético.
En mi familia, nomás mi abuelo y mi papá les dio PRE-diabetes… ¡y ya sesentones!

El doctor, que me conocía de años, hasta se sacó de onda. Me enseñó unos análisis con una gráfica: plana, luego subida, luego ¡zaz! un brinco que ni Bitcoin.
Me dijo:
—”¿Has estado saltándote comidas? ó ¿Algun coraje últimamente?”
Y le dije:
—”Sí, doctor. Vivo a pan y frijoles, y les quiero partir el hocico al 85% de los pasajeros de Uber.”

El Último Clavo. Ahora Sí pa’ que Si un Gato se Muere

Seis meses después de haber empesado a manejar pa’l Uber, llevaba a una pareja de viejitos al aeropuerto.
Y cuando rebasaba a un tráiler, el bruto se me mete al carril porque había una tele tirada en la carretera. ¡ZAS!
Me destrozó las dos puertas del lado derecho.

Los viejitos se bajaron todos raspados y se subieron a un taxi como si nada.
Ni “gracias” me dijeron.

Y ese fue el día en que dije:
“¡A CHINGAR A SU MADRE UBER CON TODO Y SUS CLIENTES!”


Zacoalconet: Dónde el Frijol se Vuelve Denuncia Social™

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